¡Hola Tributos!
Un nuevo Capítulo ya listo, mientras que yo sigo trabajando en el siguiente mientras no entro a clases (Esta entrada es escrita el día 2/03/15) y ya llevo poco menos de un tercio del siguiente.
No hay mucho que decir...solo...eh...bueno, no sé...
Vale, que ya saben que soy pésima para estar parte de la entrada.
En fin, ¡Besos! Hasta el próximo viernes.
Vale, era la duodécima vez que Haymitch me sugería la misma
estrategia, con distintas palabras, era algo muy simple, aunque en ciertos
casos había sido efectiva; Recoger lo primero que viese durante el baño de
sangre, correr y esconderme, buscar un lugar donde no pudiesen encontrarme, y
matar a distancia.
Definitivamente yo no iba a hacer eso.
Estábamos los cuatro sentados frente al televisor,
observando los comentarios que hacían los legendarios Caesar Flickerman y
Claudius Templesmith sobre los tributos. Al parecer solo les interesaban los
profesionales, y yo. Decían que ese año el ganador estaba entre los tributos
del uno y del dos, y se lamentaban por mi suerte…decían que eso era lo que
sucedía cuando alguien del Capitolio se veía encandilado por las personas de
los distritos, no supe cómo, pero tenían información sobre mi amistad con Gale,
hablaron un poco de nuestra amistad, y decían que ya era momento de despedirse
de mí. ¿Tan rápido me daban por muerta? Hacían mal, muy mal. Antes de poder
evitarlo, mi plato lleno de ensalada salía disparado hacia el televisor.
Suspiré, pidiendo permiso para retirarme a mi cuarto, sin embargo, nadie dijo
ni media palabra, por lo que me levanté del cómodo sofá en el que me encontraba
y me dirigí a mi habitación, una vez allí, me recosté en la cama, observando el
techo fijamente, pensando en lo que había sucedido en menos de una semana. Había
peleado con mi mejor amigo, me convertí en tributo de mi distrito, me
reconcilié con Gale, él me besó, había sido mi primer beso, pero, claro, no
tenía nada de romance, solo éramos amigos, teníamos una bonita amistad y ya ¡Mi
primer beso no llevaba amor de pareja! Aquello era vergonzoso, pero, en fin,
luego de eso, mi mentor era un idiota y me subestimaba como todos, Eros también
me había besado, dos veces, y sus besos me habían encantado, ah y ¡Ya me daban
por muerta!
Quería destrozarlo todo, quería matar a la mitad de Panem,
pero obviamente no podía hacer lo último, aunque, tenía la opción de hacer
trizas mi cuarto en el tren. Me puse en pie de un salto, tomando lo que tenía
más cerca, una fotografía, del Capitolio en todo su esplendor, la observé por
unos minutos, sonriendo ampliamente, aunque era una sonrisa amarga, una sonrisa
que seguramente debía decir “Te mataré.”, pero una sonrisa al fin y al cabo.
Tras un rápido examen visual, lancé la fotografía, con marco incluido, hacia la
pared en la que se encontraba la puerta. Seguramente el ruido alertaría a
Haymitch, Eros y Tabiyyah, pero no me importaba, de hecho seguí tomando todo lo
que podía, arrojando cada objeto a las paredes, el techo o el piso, una risilla
se escapó de entre mis labios, sin embargo el sonido llegó a asustarme, no
parecía yo en absoluto, parecía una de las profesionales, alguien ya cambiada
por los juegos, aunque en realidad ya comenzaba a imaginar las formas en que
podría dar un buen espectáculo al Capitolio, los tributos pagarían,
desgraciadamente, lo que hizo mi abuelo. Sabía que eso no era lo correcto, pero
no siempre se podía hacer lo correcto. Mi pequeña risita se volvió una carcajada
en toda regla, debía lucir como una psicópata, pero no me importaba, era del
Capitolio ¿No? A todos los de allí les gustaba la sangre, la crueldad, a mi
también debería gustarme ¿Verdad?
Escuché unos insistentes golpes en la puerta, y la voz de
Eros llamándome. No respondí, me senté a observar como había quedado mi obra de
arte, por desgracia no tomé en cuenta el que habían algunos vidrios rotos por
el piso, los cuales se clavaron en mis piernas desnudas. Ahogué un grito, lo
que al parecer colmó la paciencia del chico, ya que irrumpió en mi cuarto, e
inmediatamente el horror se instaló en sus ojos.
—Némesis, princesa ¿Qué pasó?
¿Princesa? ¿Me había llamado princesa? Él era tan dulce… Mis
pensamientos se concentraron en únicamente en él, comenzaba a calmarme con tan
solo su presencia, pero lo que logró que volviese a ser yo misma, fueron los
brazos de Eros, sujetándome, protegiéndome. Sus ojos pronto se encontraron con
los míos, lo que me hizo sonreír inmediatamente. Era sorprendente el efecto que
ejercía sobre mí, en esos momentos podría haber tenido una bala en mi corazón,
o veneno corriendo por mis venas, pero yo habría estado feliz. Él me hacía
feliz, así eran las cosas, no había nada más que decir.
—Némesis, Némesis, dime que ocurrió, por favor.
Sacudí la cabeza, en un intento de aclarar mis pensamientos,
y entonces mi mano viajó hasta su mejilla, comencé a pasar delicadamente mis
dedos por su piel. Se sentía casi tan bien como besarlo, era una maravilla.
—Solo tenía que desquitarme. —Susurré, al tiempo que veía
como el chico cerraba sus ojos. —Necesitaba romper algo.
El rubio suspiró, estrechándome con más fuerza contra sí,
comenzando a decirme que no hiciera cosas como esa, que había terminado
haciéndome daño, pero yo no lo escuchaba, me estaba concentrando en acariciar
su espalda, no podía creer cuanto había desarrollado sus músculos durante el
entrenamiento militar, era algo impresionante. Prefería acariciarlo en vez de escuchar
uno de sus sermones, y al parecer él también, ya que se apoyó ligeramente
contra mí y sentí sus labios sobre mi hombro. Eros me cargó en sus brazos, lo
que me hizo soltar un gruñidito por el dolor en mis piernas, él se dio cuenta
de eso, me acarició suavemente el rostro, y entonces echó a correr por el tren,
buscando a algunos de los empleados, por así decirlo, a quienes les asignaban
la tarea de cuidarnos. Nos encontramos con una mujer que aparenta alrededor de
unos cincuenta años, quién se mostró dulce y amable, e inmediatamente se
dispuso a curar mis piernas. Mi amigo, si aún podía llamarlo de esa forma,
después de los gestos que habíamos compartido en ese tren, no me quitó la vista
de encima, ni por un momento, notaba la preocupación en la forma en que sus
cejas casi se unían, y en cómo sus labios formaban una fina línea. Le sonreí,
ya que era lo único que podía hacer en ese momento, y sujeté su mano con
fuerza. La mujer, cuyo nombre era Leyli, tuvo la amabilidad de hacer como si no
se percatase del afecto que el chico que se suponía era mi enemigo y yo nos
demostrábamos mutuamente. Me sonrió en cuanto hubo acabado, y se giró cuando
Eros volvió a cargarme, esa vez rumbo a su cuarto, ya que debían de estar
limpiando el desastre que yo había hecho en el mío.
Lo observé por unos momentos, estábamos sentados uno frente
al otro en el suelo, ninguno se atrevía a romper el incómodo silencio que se
había instalado entre ambos, finalmente él me llevó contra sí nuevamente,
delineando mis labios con su dedo índice, yo lo observaba completamente
anonadada, intentaba buscar en su rostro una solución a aquel problema en que
nos habíamos metido. Como era de esperarse, no encontré nada, solo podía ver la
preocupación, y también el miedo, en sus ojos, al parecer por fin comprendía
que su plan no podría resultar. Cerré los ojos, suspirando sobre sus dedos, no
quería pensar más en nada que estuviese relacionado con el próximo final de uno
de nosotros. En ese preciso instante yo sólo quería abrazarlo con todas mis
fuerzas y no volver a soltarlo, pero no me atrevía a hacerlo, temía que eso nos
hiciera más daño cuando uno muriese, ya que, si éramos tan unidos ya, sería una
tortura cuando llegase el maldito momento de escuchar el cañonazo del otro. Al
parecer Eros no pensaba lo mismo que yo, porque sentí sus manos sobre mis
mejillas, y sus labios presionando insistentemente los míos. Quería seguirle el
beso, quería aferrarme a él, olvidar los juegos, juntos, pero no podía, aquello
era lo peor que podríamos hacer. Me separé, deshaciendo el beso, y lo observé,
o eso intenté, ya que las lágrimas empañaban mi visión.
—Esto es injusto, Eros, no tendríamos que estar aquí…
—Comencé a decir, pero entonces él ubicó suavemente su mano sobre mis labios,
apagando las palabras que intentaban salir de mi boca.
—Lo sé, lo sé princesa, pero no podemos hacer nada más que
aceptarlo. Encontraremos la forma de volver al trece, y que dejen en paz a tu
amigo, nosotros podemos con eso, como hemos podido con todo.
Asentí, dejándome convencer por sus palabras, quería
creerle, necesitaba creerle. Y de hecho comenzaba a confiar en sus palabras,
tal vez aquella situación no se escapaba de nuestro control, era posible que
saliésemos de ese gran problema, y si había una posibilidad, yo no iba a
desperdiciarla, Eros y yo sobreviviríamos a aquella prueba que nos había puesto
el destino, y volveríamos a nuestras vidas, seguiríamos concentrándonos en
derrocar a mi abuelo, con energías renovadas. Todo iba a salir bien, repetí esa
única frase varias veces en mi mente, hasta que logré creerlo.
Por eso, cuando sus labios volvieron a buscar los míos, no
me resistí.
¿Tan pronto se han enterado de lo de Gale? Me sorprende que le den por muerta de esa forma tan impersonal, pues si bien esa amistad un chico de distrito puedfe ser motivo de desprecio, es la nieta del presidente, algo de cariño le tendrán. Y aunque no fuese así, el hecho de que sea hija de quién manda en papem debería de ser suficiente razón para lamentar su suerte y desear que sobreviva. El salto medio yanguire de la nena me ha hecho gracia, aunque debo admitir que me asusta un poco. ¿Será profesional entonces? No me gusta la idea de que actue como una loca en la arena pero quizás así al verla, Snow se deje engañar y la salve. Me gusta como Eros le devuelve la esperana y lo bien que le trata, a pesar de que estoy más a favor de la pareja que hace con Gale. ¡Hasta pronto!
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