martes, 6 de enero de 2015

Capullo de Esperanza: Capítulo 1-Momentos furtivos.

¡Hola Tributos!

Aquí, como prometí, está el primer capítulo.
Creo que me tardé mucho más buscando y eligiendo las tres fotitos que escribiendo el capítulo. Es, que, Dios, es muy fácil escribir...pero encontrar fotos de lo que has escrito...ahí es cuando puedes comerte unas jaulas de noche y morir feliz en vez de estresarte.
Ahora sí que sí me dejo de aburrirles y les dejo el capítulo.
Besitos, panes quemados Y MUCHO CHOCOLATE





Némesis

—Hey, Némesis, arriba.
Gruñí al escuchar la voz, extrañamente aún infantil, de Eros. No tenía ni la menor intención de levantarme, es que, vamos, era el distrito trece, horarios, tareas, entrenamiento, y sobretodo el sofoco que me producía el estar a varios metros bajo tierra. No, era imposible que yo quisiera levantarme, a menos que fuese sábado, ya que cada semana, ese preciado día, yo viajaba al distrito doce ¿Para qué? Para poder pasar tiempo con Gale, ya que, si bien el chico rubio que intentaba despertarme era casi mi hermano, mi amigo del distrito minero me entendía mucho mejor que aquel fastidioso, pero adorable, joven, y, mucho más importante, cuando estaba con el de cabello oscuro no existía la misma tensión que con Eros. Tomé la almohada y la usé para esconder mi rostro, como una niña que intenta hacerse invisible ante la mirada de reproche de sus padres.
—¿Qué día es? —pregunté en un quejido, ya que, obviamente, no era sábado.
—Vamos, pedazo de floja, ya mañana podrás escaparte.
Dicho aquello, el rubio me tomó por los tobillos y tiró de mí, provocando, como no, que cayera de mi adorada cama y me diese un buen golpe tanto en mi trasero como en mi cabeza. Chillé y me abalancé sobre él, cada vez que aquel maldito —con amor— hacía eso, yo me ponía peor que una mutación creada por el Capitolio.
Al escucharme, un par de guardias—que no estaban nada mal— abrieron la puerta de golpe y me atraparon sobre mi amigo, cual no fue mi sorpresa cuando los soldados estallaron en sonoras carcajadas. De acuerdo, no era la primera vez que me pillaban casi matando a Eros, pero ¿Tan rápido se corría la voz en el trece? Sonreí cuando uno de los chicos que interrumpieron mi intento de asesinato me guiño un ojo y luego salió. Me separé del idiota que me había despertado y me puse en pie, para luego estirarme, en un intento de que el sueño abandonase mi cuerpo.
—Eres un maldito-arruina-momentos-felices. —espeté a Eros, sin embargo, mi carcajada no me permitió sonar convincente, menos cuando me fui corriendo hacia los servicios, con ropa limpia y toalla en mano, para hacer lo que él me había dicho hace algunos momentos.
Una vez estuve aseada, vestida, y hube sujetado mi cabello en una coleta alta, con ayuda de un lazo gris, como todo en aquel distrito, volví a por mi amigo, encaminándonos ambos a que nos tatuasen los brazos con nuestros horarios. La tinta de un tono morado del todo desagradable para mí decía lo mismo de siempre, los horarios de las comidas, las clases, entrenamientos, y, como siempre, ir a la sala de mando junto  a los otros altos cargos del trece antes de la cena, solo que ese día, para mi desgracia, tenía vigilancia nocturna. Gruñí al ver mi horario, siempre había odiado estar de guardia por las noches, nunca sucedía nada interesante. En un par de segundos tuve el brazo de Eros frente a mis ojos.
—¿Tú también? —Pregunté al leer “22:30-Vigilancia nocturna.” Mi amigo suspiró.
—Al menos no eres la única condenada.
Bufé y corrí directo hacia el comedor, tenía hambre, mucha —Tal vez porque el día anterior estaba tan concentrada en hacer planes para mi fin de semana en el doce que tras sacar mi bandeja no probé bocado en todo el tiempo designado a comer y tuve que salir con el estómago vacío— No podría haber dicho que quedé satisfecha, después de todo, mi desayuno había consistido en algo de cereal con leche, y solo nos daban porciones que contuviesen las suficientes caloría para llegar, en aquel caso, al almuerzo. Mi estómago comenzó a reprocharme que no comía nada desde la cena de hace dos días, pero hice mi mayor esfuerzo por ignorarlo mientras me dirigía a la clase “Armas nucleares y radiactividad.”  
La clase transcurrió tan lentamente como todos los días. Entre lecciones que me sabía de memoria, es lo que tenía ser nieta de la presidenta de aquel lugar, ya que, como tal, debía conocer cada aspecto del distrito, sobre todo las armas que los salvaron de la ira de la capital de Panem.
Sé que es algo extraño ser familiar directa de los presidentes del Capitolio y del distrito que quería derrocarlo, pero la culpa la tiene mi padre, un soldado del distrito trece que, durante una misión en el Capitolio, conoció a la hija predilecta de Snow y, simplemente se casaron a escondidas y me crearon, pero, en cuanto mi abuelo lo supo —cuando yo tenía unos seis años y medio— ejecutó a mi padre. Mamá huyó, llevándome consigo, al distrito trece, donde ella fue ejecutada también. Entonces yo me pasé tres semanas al mes en el distrito bajo tierra, y una en el Capitolio, pero, sagrado, desde los nueve años cada fin de semana estaba en el distrito doce con Gale.
Una vez la interminable clase acabó, me dirigí al aula contigua, para entonces ser ayudante del profesor en “Puntos débiles en los trajes de los agentes de la paz y fallas en la seguridad del Capitolio” esa era otra de las clases extremadamente aburridas, pensándolo bien, todas las clases eran extremadamente aburridas e inservibles para mí, las cosas sobre el distrito las sabía, y todo lo que enseñaban sobre el exterior, yo se los había informado.  No había motivos por los que yo debía cursar aquello, salvo rellenar mi horario. La mañana fue una auténtica pesadilla, y las clases después de almuerzo no fueron mejores.
No pude evitar sentir alivio cuando ya era tiempo de ir al entrenamiento, sonreí y apresuré el paso todo lo que pude, no había nada mejor para despejarme que prepararme para la guerra, que seguramente iniciaría en unos cuantos años. Usualmente, Eros y yo entrenábamos en un lugar llamado “Armamento Especial” ya que, tanto él como yo, disfrutábamos del privilegio tanto como de crear armas como probarlas. Al entrar a aquel lugar lo primero que pude observar fue un enredo de rizos rubios y una espalda marcada por los músculos, definitivamente ese era mi amigo. Corrí hacia él y di un salto para aterrizar en su espalda, lo escuché reír y comencé a alborotar su cabello.
—¡Eh, abajo!
—¡Me niego rotundamente! —Le chillé, para luego estallar en sonoras carcajadas.
—Eres un maldito mono.
Lo oí resoplar y rodé los ojos, no estaba dispuesta a bajar, por ningún motivo, o eso creí hasta que me tirada en el piso y noté un gran peso sobre mi pequeño y delicado cuerpo. Lo iba a matar ¡Me estaba aplastando! Chillé con todas mis fuerzas, sin embargo, ya todos en el distrito estaban acostumbrados a nuestras pequeñas e infantiles peleas durante las horas de preparación para la guerra, por lo que nadie quiso convertirse en mi caballero de brillante armadura y rescatarme de aquel cerdo mutante que amenazaba con quitarme el aire y acabar con mi preciada vida.

No entrenamos.
Durante todo el periodo destinado a probar distintas armas, mejorar resistencia y puntería, y más cosas por el estilo, no hicimos absolutamente nada más que rodar, yo para quedar sobre él y no morir por falta de aire, y Eros queriendo hacer puré de Némesis.
Un soldado es quien nos avisa que el tiempo de entrenar se ha acabado. El chico me miró enseguida, mientras me quitaba el lazo gris con que había me hecho una coleta esa mañana, haciendo que mi cabello se volviese una cascada negra que caía en mis hombros, yo me detuve unos segundos en aquel rostro, esos labios gruesos, la nariz recta, su expresión que denotaba confianza y por sobre todo una gran dulzura, era algo extraño todo lo que él transmitía, y por último sus ojos…unos ojos hermosos  grises, tan similares y a la vez tan diferentes a los de Gale. Eros sabía lo que era el buen vivir, nunca había tenido que arriesgarse para dar de comer a su familia, ni había ido a la cama con el estómago vacío, pero aún así estaba allí, seis años atrás me había seguido al distrito trece, solo porque sabía cuánto me importaba la causa por la  que ellos luchaban. El rubio había llegado a ese lugar por mí. Ese chico, que había sacrificado todo, era mi Eros. Ese pensamiento me hizo sonreír mientras él acercaba poco a poco su rostro al mío, logré balbucear algo imposible de entender, pero pude sonreír nuevamente, a pesar de los nervios que, extrañamente, me producía su cercanía.
—Tenemos que ir a mando, Némesis. —Susurró mi amigo, mientras jugaba con los mechones que enmarcaban mi rostro. Noté como un brote de calor aparecía en mis mejillas. Él sonrió.
Tartamudeé algo parecido a “Mando” y salí corriendo de Armamento Especial, sabía que el rubio me seguía con la mirada y que pronto iría tras de mí, pero en esos momentos no me importaba lo más mínimo, solo quería llegar hacia donde se encontraban los altos cargos del distrito, lo antes posible, ya que, extrañamente, en esos momentos me aterraba por completo la sola idea de quedarme a solas con aquel que había compartido miles de momentos en el pasado. Suspiré cuando lo escuché correr hacia mí, mientras que yo apretaba el paso, y posteriormente corría también, como si la vida me fuese en ello. Así estuvimos, corriendo a toda velocidad, él pisándome los talones. Normalmente habríamos ido riendo, él con su brazo sobre mis hombros, molestándome como siempre hacía, esperaríamos el elevador, que nos llevaría frente a nuestro destino, pero eso no podía pasar. Corrí por las escaleras, desesperada por llegar a La Sala De Mando. Corrí y corrí, hasta llegar a la puerta de aquel lugar, pero entonces fui atrapada. Eros me sujetó por la cintura y chocamos contra la pared, volví a mirar sus ojos. Tragué saliva queriendo calmarme.
—¿Qué diablos haces, Némesis? ¿Por qué…?

Pero no pudo terminar de formular la pregunta, porque mi abuela, Alma Coin, abrió la puerta, interrumpiendo aquel furtivo momento, tirando de nosotros hacia el interior de la sala, obviamente había un asunto importante del cual debíamos hablar.


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Prólogo                                                                                                      Capítulo 2

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